Seamos sinceros, la parte con más adrenalina de recibir al que viaja, no son los abrazos de bienvenida, sino ese momento en que volvemos a ser niños, los ojos nos brillan y extendemos las manos para recibir, ese “detallito” que nos traen de algún lugar lejano. Un trozo de cultura foránea que a veces llega en empaques pequeños.
Pues ya pueden entender la emoción que me invadió cuando mi jefa, al regresar de su viaje nos convidó a probar unos “crocantes pedacitos de mar en fundita”. Así terminé llamándole al snack de alga nori que nos sentamos a degustar acompañados de galletitas criollas y vino rosado de Portugal. Sí, ya sé que no tienen mucho en común, pero es el resultado de esas reuniones informales en la oficina justo antes de salir del trabajo.
Esta es mi primera experiencia comiendo algas cual si fueran papitas fritas, con la “sutil” diferencia de que al abrir el empaque un puñetazo en la nariz atrapa de lleno la atención por su fuerte olor a mar. Por momentos llegué a pensar que al entrar la mano encontraría algunos peces saltando ahí dentro. Por cierto, otra “sutil” diferencia entre papas y algas fritas: la cantidad de calorías y la grasa de las algas es 0!.
La segunda impresión es su color y textura. Se trata de crocantes y delgadísimas láminas rectangulares de intenso verdor y riqueza visual en su textura que estimulan sobre todo, la creatividad; de hecho, estuve a punto de volverme experta en origami y hacer mi primera tarjeta de navidad con aquellas láminas de verdes “fieltros” que tenía en mis manos.
Desde luego que saborear aquello no resultó menos impresionante y evocador que todo lo anterior. Su sabor es salado, complejo y poco equilibrado al inicio. Mientras la saliva humedece las láminas, el alga se sujeta al cielo de la boca y no puedo evitar pensar en la ostia de los domingos por las mañanas cuando con apenas ochos de edad mi abuela me regañaba para que no despegara el cuerpo de Cristo con los dedos.
Luego que la sal ha abandonado el paladar, podemos identificar en las algas un ligero dulzor propio de algunos mariscos. Para este momento ya la textura en boca es totalmente opuesta, y las algas se sienten ligeramente elásticas, como la de los makisuchis.
Para todos los que les gusta volar a través del paladar, esta es una experiencia a considerar. Una experiencia mutisensorial que resulta novedosa para nosotros, los occidentales, a pesar de la antigüedad de este producto en la cultura oriental en general y en la japonesa en particular.
Mientras redacto este final del post, regreso de nuevo a la niñez y a esos domingos de playa con la familia. Recuerdo cómo huía horrorizada de las algas para no tocarlas con mis pies y ahora, luego de comérmelas, las saboreo entusiasmada, con la mente y los sentidos abiertos hacia culturas gastronómicas que tienen mucho que enseñar sobre alimentación saludable.
Para conocer un poco más sobre el valor nutricional de las algas comparto estos links: http://www.enbuenasmanos.com/articulos/muestra.asp?art=1630