
Esta mañana desayuné con la noticia de que quien me había enseñado que existía un tipo de persona distinta, de “corazón sonriente”, había abandonado su cátedra sobre el amor alegre a destiempo. Fernando Echavarría, creador del fusón -fusión de diferentes elementos líricos y melódicos de los géneros musicales afroantillanos y latinos como la cumbia, socca, bachata, vallenato, charanga, salsa y samba entre otros, además de géneros como el rock, jazz, blues, apoyados en la base rítmica del son y el merengue- abandonaba este mundo, anoche 10 de octubre, justo antes de subir al escenario.
Su muerte me hizo sentir de nuevo cortejada con palabras galantes que hablan de sol, de brisa de oro, de azucenas…Volví a entender el valor de la palabra “mujer” cuando va acompañada de un “así te quiero, mujer”.
Fernando llegó a mi vida a los 5 ó 6 años de edad a través de las presentaciones que transmitían Teleantillas y Color Visión. En aquel momento las letras de “Pato robao” me hacían mucha gracia, me parecía que era fábula cantada y me recordaba a los “cocinaos” clandestinos que a veces mi primo armaba con sus amigos. Luego, en mis años de publicista rebelde tuve una etapa de búsqueda de raíces afroantillanas. Descubrí entonces que el son, como digna hija de cubano, corría por mi venas, y me sentía orgullosa si me decían:
” tu nada más eres blanquita, porque en ese cuerpo hay una negra escondida”.
El Centro Cultural de España, el Chino Méndez y mi difunto tío Pupi Amiama me ayudaron a descubrir que el fusón se había quedado sembrado en mí desde la infancia y ahora lo buscaba en sus contadas presentaciones artísticas, – que por cierto no solía compartir con mis amigos contemporáneos porque me acusaban a veces de “hippie con alma de viejo” y otras de “cursi enamorada”-.
Pero el pregón sincero y sin tapujos del “amor alegre” en los fusones de Echavarría me hizo amar el fusón y el son a pesar de los motes de mis amigos. Me hizo feliz con mi papel de infiltrada en las noches de viejos soneros del “Secreto musical” en Villa Consuelo, y en El Monumento del Son, y vivir a plenitud las calurosas tardecitas de domingo en las ruinas de San Francisco.
“De oro” me hizo imaginar mi boda una y otra vez con este tema como “soundtrack”. Escribí poemas a Montecristi exaltando el sol, la tierra, el Caribe, pero sobre todo, las canciones de sus producciones “Amor Amor” y me dio la libertad de sentirme enamorada y decirlo alto, feliz de saber desde pequeña lo “bueno que estar enamorado” como solía afirmar Echavarría en sus composiciones y ser además una muchacha de “corazón sonriente”.
Le digo adiós con la satisfacción de haber formado mi corazón de enamorada y mi sentido de pertenencia a la música afroantillana al arrullo de sus canciones, pero con un dejo de pena y la incertidumbre sobre la continuidad no solo de este género, sino de una lírica galante y que conquista a la mujer haciéndola sentir amada de una manera muy sublime, como sus famosas Azucenas, y a la vez una mujer terrenal y real con su “boca candente” y su “cintura de miel”.