Breve ensayo sobre el chimi o cómo regresar a la niñez en un chimi volador

Tiempo de Lectura: 5 minutos

Una mancha de salsa en el zapato, el rastro de su recorrido que se asoma por la comisura de los labios y un recuerdo que se ha quedado impregnado en el corazón
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Bocatips tiene algunos platos añorados que suele salir en su casería de vez en cuando, buscando no solo ese sabor que más se ajuste a lo “auténtico”, sino también recrear  aquellos recuerdos que guarda el paladar. El “chimi” es uno de ellos.
No puedo inicar esta reseña sin darle gracias a Dios por las hermosas personas que ha puesto a mi alrededor, especialmente por mis nuevos amigos Soylo Rubio y su encantadora esposa quienes hace poco se tomaron la molestia, ante la confesión de mi amor por el chimi, de llevarme a comer uno “auténtico” en la Zona Oriental de Santo Domingo.
El “chimi” tiene un valor añadido muy especial porque me conecta con los domingos de mi niñez, único día que me permitían comer “esa clase de comida”, como solía llamarlo mi madre; así que cada chimi que comía era el obsequio de algún tío o el esfuerzo del ahorro semanal de mi mesada.
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Comprar un “chimi” era toda una experiencia, ver a Toñito moverse con premura y gracia para dejar listo el carrito era para mi parte del disfrute:

  • Colocaba los potes en su sitio: catchup, mayonesa, salsa picante, y el “sazón de toñito” elemento que lo diferenciaba de la competencia.
  • Picaba el repollo, y para esto si que había que tener gracia y talento, bien fino, a la gente no le gustaba encontrar trozos de repollo que compitieran con la carne; éramos realmente unos comensales exigentes.
  • Los tomates solían ser un poco verdes, tenían mejor consistencia que los maduros y por lo tanto, hacían menos “toyo” a la hora de comer.
  • Los panes de agua, oh! esos panes de agua de antaño, grandes y tan sabrosos con mantequilla de “barrita”, sobre todo en las mañanas lluviosas sin colegio.

Toñito abría sus panes a la mitad y los colocaba sobre la plancha, así quedarían calientitos, crocantes por fuera, pero suaves por dentro.
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Una vez lista la mise en place, venía el momento más glorioso: preparar la carne del chimi. Se trata de una salchicha especial, de la cual nunca supe mucho más allá de lo que Toñito decía: “que la suya era mejor que las demás”.
Tomaba la salchicha, la despojaba de la piel que la obligaba a ser embutido y con un cuchillo enorme la liberaba abriéndola a la mitad y así la transformaba frente a mis ojos en una carne parecida a la de un hamburger.
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Para este momento el puesto estaba ya muy concurrido, ese olor de la carne a la plancha era el mejor perifoneo de la zona y todos podían llegar siguiendo el olfato. Aunque en aquel tiempo no había Turn-o-matic para los tickets, los turnos eran respetados y nadie se peleaba por ello. Yo, sentada en mi banca esperaba ansiosa el primer chimi de  la noche.
Antes de degustarlo, permítanme recordarles la etiqueta y el protocolo que requiere comer uno. Primero, es preferible que esté sentado con las piernas abiertas; los codos, debidamente apoyados en cada muslo; las mangas de camisa, recogidas y el pelo detrás de las orejas. Una vez dominada la postura adecuada procure tener suficientes servilletas cerca, finalmente proceda a retirar un poco la funda plástica del chimi, parte emblemática de esta aventura gastronómica.
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El pan crocante, algo  menos que el repollo, la carne bien caliente, jugosa y sabrosa en extremo y las salsas aderezando todo aquello…lo vuelve toda una experiencia sensorial donde las texturas, temperaturas, olores y sabores se conjugan como una sinfonía que alcanza su punto culmine al momento de sorber la salsa y comer los restos de repollo que quedan en la funda plástica.
Llegado este momento, yo miraba mi bolsillo y calculaba cuantas botellas de refrescos tendría que cambiar en el colmado para completar la mesada y comprarme un chimi más y casi siempre me comía dos.
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Hoy en día encontrar un chimi con esas características, se ha vuelto casi una especie en extinción, la inmensa mayoría de carritos que los incluyen dentro de su menú suelen usar la misma carne del hamburger, le cambian el pan por uno de agua y la lechuga por el repollo…nada más lejos de lo que realmente es un “chimi”

Un poco de leyenda urbana sobre el origen del Chimi:

Dice mi amigo Alex Díaz, conocedor de los negocios gastronómicos, que los orígenes del chimi se remontan a inicios de los años 70, cuando un uruguayo estableció, en nuestro querido Malecón, un puesto de parrilladas y dentro de sus ofertas estaba el Chori-pan; un bocadillo que consiste en acompañar una salchicha parrillera con pan.
Un día al uruguayo se le agotan las carnes y se le ocurrió abrir una de las salchichas del Chori-pan, aplanarla como si fuera un hamburguer, tirarla a la plancha, aplicar un poco de la archi famosa salsa chimichurri que usan uruguayos y argentinos para sus carnes y creó en un santiamén, una “nueva especie” de hamburger muy peculiar. Al dominicano le parecía tan particular la aplicación de esa salsa “especial” que comenzaron a llamar al bocadillo por el nombre del aderezo. He aqui probablemente el origen de la palabra Chimi, según datos de la sabiduría popular y urbana.
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Realmente mis amigos me hicieron un regalo muy especial esa noche. Para los que buscan coordenadas, ellos dicen que me llevaron a comer a la San Vicente de Paúl, específicamente en ese pintoresco punto llamado El triángulo, pero yo digo que me regresaron directo a mi niñez montada en un chimi volador.
La gastronomía tiene ese otro valor que no forma parte de las cualidades necesarias para alcanzar una estrella Michelin, ni creo que lo integren en las lecciones de la Cordon Bleu: la capacidad de hacerte viajar a donde ningún ticket de avión te puede llevar: tus recuerdos.
Creo que hoy finalmente comprendí la trascendencia de esa escena famosa de Ratatouille en que Anton Ego es conmovido hasta las lágrimas por la excelente preparación de un plato tan cotidiano en Francia como el Ratatouille solo porque al probarlo, su autencidad, lo transporta a un cálido recuerdo de su niñez.
Tip: La gastronomía es ese fenómeno físico/químico que nos impacta tangiblemente a través de los sentidos y también puede sacar a flote lo más sublime de nuestro corazón.

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